La ascensión al Puig de
Fontlletera es una de aquellas historias de montaña que merecen ser contadas en
este Blog. Dijo Mallory que subía montañas simplemente porque estaban ahí. Es
lo que pensé cuando, durante un entrenamiento de esquí de montaña por la zona
del Balandrau, el Puig de Fontlletera se me apareció recortado en el cielo azul:
estaba ahí, y yo no había reparado nunca en esta montaña pese a haber estado
varias veces por la zona. Entonces supe que algún día la intentaría. La sinuosa
línea de su vertiente SE me pareció preciosa, progresiva y asequible.
Y no tardé demasiado en volver.
Unas semanas después estaba de
nuevo subiendo hacia el collado del Moro. Esta vez iba sin esquís, en "modo alpino”,
caminando a buen paso con una mochila de ataque ligera. La noche anterior
confirmé la meteo: sería un día nublado y gris, pero con poco viento y pocas
posibilidades de nevadas. La nieve había caído el día anterior en cotas
superiores a los 2000 m. De hecho, en Barcelona había granizado varias veces durante la festividad de Sant Jordi.
Y así fue. No encontré nieve
hasta que llegué al collado del Moro. Desde allí apenas podía entrever la
silueta de la montaña entre la niebla y las nubes grises amenazadoras que la
envolvían, mucho más oscuras hacia el W. Escuché el retumbar de un trueno lejano
y una duda creció en mi mente. Aprovechando que tenía algo de cobertura en el
móvil, volví a consultar la meteo y el radar de precipitaciones. Ciertamente
aparecía una pequeña mancha de precipitación moderada a unos kilómetros de
donde yo me encontraba. Fue uno de esos momentos en los que asumes que tomes la
decisión que tomes, deberá ser la correcta… aunque no sabes cuál es la
correcta.
Seguí avanzando, pendiente en todo momento del viento y de las nubes que me rodeaban, de sus movimientos y evolución constante. Todavía no tenía demasiado claro si continuar o abortar, pero algunos claros azules se abrían por momentos en el cielo y con ellos mi esperanza. Me calcé los crampones, agarré el piolet y me puse el casco. La decisión estaba tomada: subiría, pero con el máximo de seguridad. Calculé una hora más de ascenso rápido y comencé a progresar decidido a llegar a la cumbre.
El viento suave me lanzaba al
rostro pequeños copos de nieve granulada. La suave arista ofrecía su
resistencia a modo de un terreno mixto de piedra, placas de hielo y nieve, en
ocasiones con neveros muy profundos en los que me hundía hasta las rodillas. La
pendiente, tal y como había previsto, no era excesiva salvo en algún tramo o flanqueo.
Con la técnica de piolet-bastón fue suficiente. Los crampones fueron
imprescindibles. A un ritmo constante me fui acercando dibujando zig zags en la
pendiente, aunque en los momentos en los que la niebla se me echaba encima
tenía mis dudas de continuar hacia arriba. Finalmente llegué a un vivac de
piedra muy cerca ya de la cima, a pocos metros. Contemplé el valle y la ruta que
había seguido. Me hidraté y tomé un par de barritas energéticas de pasta de
frutas aprovechando el resguardo que ofrecía el precario refugio, que me pareció el mejor de los palacios con vistas. Sin duda era mejor parar a descansar aquí... no era un día
para entrenerse mucho tiempo en la cumbre.
Tras el breve descanso y avituallamiento acometí los últimos metros en vertical, con energía renovada, abriendo escalones en la nieve a cramponazos. Una sonrisa enorme se dibujó en mi rostro al ver aparecer tras la cresta la silueta de las montañas de Nuria que jugaban al escondite con los oscuros nubarrones. El Balandrau se asomó a mi izquierda, iluminado por un intenso rayo de sol en su cumbre. Tras pocos minutos y algunas fotos, decidí bajar hacia el collado de Tres Pics. Durante la subida me había planteado volver sobre mis pasos y deshacer la ruta de ascenso, pero llegado el momento me apeteció más la opción de trazar una ruta circular.
Inicié el descenso. Ésta fue la parte más técnica y
difícil, con un terreno muy descompuesto, otra vez lleno de piedras, placas de
hielo y neveros profundos, pero con mucha más pendiente que durante la subida.
De hecho esta suele ser la vía normal de ascenso que eligen aquellos que suben
desde el refugio de Coma de Vaca o desde Tregurà, por la pista cerrada al tráfico
rodado que se acerca hasta el collado de Tres Pics. Con toda la atención puesta
en cada paso llegué al él en menos de media hora.
Las marmotas chillaban y corrían en el valle, más abajo. Unos rebecos se perfilaban en la cresta, más arriba. Recordé la huella de lobo que fotografié hace ya muchos años cuando subí al Balandrau. Tiempo después pudieron filmar a un ejemplar solitario desde el refugio de Coma de Vaca. También lo grabaron las cámaras del Santuario de Nuria no hace mucho. Esperé en el silencio, escuché y observé atentamente. Sin poder evitarlo aullé profundamente varias veces imitando la llamada del lobo. Pero solo tuve por respuesta el silencio blanco e imponente de las montañas nevadas y el cielo gris. Las marmotas se escondieron entre la nieve y los rebecos desaparecieron tras las rocas. Una gran águila sobrevoló planeando mi cabeza, en dirección al Norte. Fueron los únicos seres vivos que encontré durante toda la jornada.
Siguiendo la pista cubierta de
nieve, deshice el camino que me devolvería a casa, y pensé que esta salida
tenía que escribirla. Y aquí la tienes en tu pantalla. Gracias por leerla.
![]() |
Clik para ampliar el MAPA |
Altitud Máxima: Puig de Fontlletera (2581 m.)
Distancia total: aprox 8 km.
Horario: 2h 30' subida + 2h 00' bajada