Soy un Nómada. Mis únicas Banderas son el cielo del día y el manto de estrellas en la noche. Mi Tierra está allí donde piso. Mi cultura es la que comparto e intercambio con las personas que encuentro en el camino. Mi himno es el canto de los pájaros, el susurro de los arroyos cristalinos y el bufido del viento en bosques y cumbres. Mi gente sois tod@s, aunque todavía no os conozca.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Andorreando 8. Medacorba


"Ahora mismo mi culo sobrevuela el espacio aéreo francés!!"...me río yo solo mientras el pensamiento cruza mi alocada mente que dispara miles de ellos por segundo...supongo que para evitar pensar en algo más allá...Mis manos se aferran a un trozo de pizarra que debe ser el límite de Andorra, Francia y España-Catalunya...me siento como un globo, como uno de los cuervos que sobrevolaron este mismo punto hace unos minutos graznando...como diciendo: "por aquí, por aquí..."

Mi compañera me ha dicho que ella no sigue, que "vaya haciendo"...que ahí me espera... Afortunadamente se lo repensará, y acabará siguiendo mis pasos.

La salida de la canal por la que hemos ascendido hasta la cresta aérea del Medacorba nos ha dejado muy a la derecha del pico, muy hacia el Este. Sólo un loco se pararía a sacar el mapa de la mochila y comprobar la situación... Se trata simplemente de ir salvando la cresta... Y así hago...Trepo como puedo, cuelga el piolet de mi muñeca, mis guantes se aferran a los salientes de la oscura pizarra, mis botas se encastran literalmente en las fisuras y grietas, olvido el vacío que espera a mi espalda... No hay viento, vienen desde muy lejos grises nubes de niebla, el Sol hace ya rato que se ha escondido...viajo en mis recuerdos...respiro profundamente saboreando la vida misma.

Todo empezó ayer. Subimos sin problemas atravesando los muy bien señalizados senderos de Andorra, en el sector de Arinsal. Cuando quisimos darnos cuenta estábamos en el refugio del Pla de l'Estany. Un magnífico refugio libre, como todos los de aquí. Coincidíamos con una pareja, Carlos y Laura, que ya hacía un rato habían llegado. Después de escoger nuestra litera de hierro, nos dedicamos a darle un toque de calor al asunto. Sí, en el refugio un fuego nació para alumbrar el valle, para darnos calor, para cautivar con sus azules y rojizas llamas nuestras miradas, mientras escuchábamos el crepitar de los troncos de pino negro y abeto. Así fué hasta bien entrada la noche. Algo antes, llegó un numeroso grupo de Montañer@s que se ubicaron como pudieron en el espacio reducido y también compartieron el fuego. Es así en las Montañas: todos caben, sean los que sean... tod@s dentro.

La cena caliente y la fría noche dieron paso a un amanecer que de por sí vale todos los esfuerzos e inversiones. El grupo numeroso marchó, y nosotros, sin prisa, acometimos nuestro objetivo sin tener en cuenta el transcurso del tiempo. Progresamos subiendo las pronunciadas pendientes siguiendo el GR11 que atravesaba cascadas de agua pura de Montaña. El Comapedrosa, el pico más alto de Andorra, presidía nuestra marcha. Al cabo de una hora estábamos cerca de los estanys Forcats...y nos permitimos el lujo de "perder" unos largos minutos en el Refugio de Madera que allí se encuentra medio escondido. Ya habíamos pisado algo de nieve, pero fue al dirigirnos a los Estanys cuando la Montaña nos enseñó su cara Blanca, su máscara de invierno. Volvimos a encontrarnos con Carlos y Laura, y juntos flanqueamos los lagos intuyendo el sendero que nos llevó, hundiéndonos en la nieve blanda hasta la pantorrilla, al Collado de los estanys Forcats. Allí nos separamos. Ellos bajaban hacia Baiau. Nosotros, intentaríamos el Medacorba.


Había observado durante el flanqueo de los lagos una canal muy pronunciada que se dirigía directa a la Cresta. Así que tras un breve "cursillo" de tres minutos sobre cómo usar el Piolet, Crisu y yo nos metimos de lleno en la canal. No más de 40º, nieve blanda que desaconsejaba el uso de los crampones, trozos de roca de pizarra descompuesta y suelta que me sugerían medir cada paso con mucha cautela... Poco a poco, nos colocamos en la cresta... Y la visión que allí tuvimos, ya valió de por sí todo el esfuerzo. Casi tres horas desde el refugio. El cielo se iba cubriendo. Las grandes gigantes nevadas ocupaban el horizonte. Las afiladas rocas de la cresta nos retaban a seguir o abandonar... Y tras sopesar la situación, continuamos.

- Ya que hemos llegado hasta aquí...! -dijo Crisu mirando la cumbre que estaba tan cerca y a la vez tan lejos...

Fue así como llegamos finalmente a una zona en la que crestear se nos antojó suicida. Por lo que siguiendo una traza de algún montañero solitario, flanqueamos la muralla de piedras por su cara Sur, menos expuesta, hasta atisbar un palo solitario que clavado en la cima indicaba el final de la subida. Allí que nos dirigimos entre algún patinazo, afianzando el piolo en la nieve y echando manos a la roca en más de una ocasión.

Cuando llegamos a la cumbre, la emoción que conocéis aquellos que subís montañas me invadió por completo. A punto habíamos estado de abandonar, de "abortar misión"...pero la tenacidad y las ganas pudieron sobre el "miedo" y el cansancio. Y allí estábamos. Durante unos minutos, mientras las grandes nubes grises se acercaban y cubrían los picos cercanos, mi corazón estuvo tan vivo como pueda estarlo en sus últimos segundos. Mi vista se perdió en el inmenso horizonte. Sentí, agradecí y absorbí para el recuerdo el momento.


Después tocó abandonar la cumbre, cosa que hicimos por lo que parecía el itinerario más "normal" para ascender, siguiendo la traza del solitario que nos había precedido, inventando el camino en la mayoría de los momentos. Con bastante rapidez, escaloneamos la Montaña, entre manchas de nieve, lascas sueltas de pizarra y manantiales que corrían hacia los lagos ladera abajo...

Cuando regresamos sanos y salvos al Collado, supimos que ya sólo nos quedaba llegar al refugio tranquila pero cuidadosamente. Y desde la casa de piedra que acogió nuestro sueño ligero, llegar a "la tanqueta", que nos esperaba paciente en Arinsal, fue sólo cuestión de tiempo...y algo de paciencia.

Añoro aquella cima ahora. Aquel momento. Pero vivirá siempre en mí. Y eso es lo que más puedo agradecerle a la vida: que lo viví, y que puedo compartilo contigo. Allí arriba pensé lo que ahora recuerdo: que los lugares que marcan nuestras vidas tienen mucho que ver con la gente que allí nos encontramos... incluidos nosotros mismos.