No he podido salir todavía a las Grandes Blancas del Norte. Pero algo me empuja hoy a contarles algo.
Como un proscrito, estos días he recorrido los rincones donde todavía quedan las señales del Planeta Tierra tal y como fue en un tiempo pasado. Como una sombra de silencio he cazado al acecho y al rececho, con mi cámara, los seres y momentos que me han salido al paso y se han dejado atrapar por el objetivo limitado ...
Una de las cosas que me motiva muchas veces a salir, no es la cima, ni el acertar el blanco con mis flechas, ni vivir una gran historia. Muchas veces simplemente necesito y me apetece ir más allá del alféizar de mi ventana, en el que casi siempre encuentran los visitantes de temporada un piscolabis, que en las épocas de frío y lluvia siempre agradecen más. Te invito a hacerlo. Almenos aquí, en el Refugio de la Montaña que tiene a la Ciudad rodeada, cuando las migas de pan, los granos de arroz, los trocitos de frutos secos esperan en el comedero improvisado... no tardan en desparecer. Y eso me permite contemplar la imagen del petirrojo, del colirrojo, de la curruca, del gorrión, del mirlo, de ... Una vez incluso un cernícalo intentó cazar a uno de ellos delante de mis narices, separado solamente por el cristal de la ventana frente a la que ahora mismo escribo.
Así, muchas veces mi equipo se limita a eso, una cámara pequeña -que no hay presupuesto para mucho más- y las ganas de caminar sintiendo cada paso, cada olor del aire, cada sonido de las hojas que bailan en las copas de los árboles.
Me viene a la memoria el día que llegué a una de las casas de colonias en las que estuve trabajando como especialista en Arco y Naturaleza. Mi compañero de aquellas jornadas iba a encargarse de la parte de Naturaleza, y yo del Arco. Aquella tarde, mientras esperábamos la llegada del autocar con la piara de adolescentes de turno, me llevó al bosque colindante a la Masía. Se descalzó y me invitó a hacer lo mismo. Preparó su cámara, y en total silencio nos adentramos en el bosque durante más de dos horas. Sentimos la Tierra, las piedras, el musgo, la pinaza, las hojas secas, las ramas rotas, las espinas, el olor del romero, del tomillo, de los hongos, de la hojarasca que se descompone, del suelo... Escuchamos los zumbidos de las abejas, de las moscas, de las avispas, el silbido de los carboneros, los pinzones, el aullido del zorro en la distancia... Aprendí a distinguir la zarzaparrilla, que yo pensaba entonces sólo existía en los Pitufos, y muchas otras plantas medicinales...
A las dos horas salimos del bosque y llegamos ante nuestras botas en el mismo sitio en el que todo había comenzado. Él había gastado varios carretes de 48 exposiciones – fíjense si ha llovido desde entonces- ... y yo me sorprendí al percatarme de que había estado durante dos horas a menos de 10 metros de mis zapatos. Y me había parecido una travesía por el mundo.
Y esa costumbre la guardo. Y la cultivo. Y cuando las Montañas no me llaman con suficiente fuerza, cuando las circunstancias impiden salidas más allá, me quedo en mi Montaña Mágica, viajo a la Reserva de los Pollos, me fundo en Collserola... Y casi siempre entro en el mundo mágico del que observa y vive con intensidad cada detalle... a veces, entro en el ritmo que aquel compañero me enseño sin que yo lo pidiera, sin que me diera cuenta de la dimensión a la que me había llevado. En ocasiones determinadas, caminar poco te lleva muy lejos...
Feliz año Gente de las Montañas, de la Naturaleza, de los Arcos y Flechas... hay mucha vida más allá de nuestras cuevas de cemento.