Quizás una de las cosas que me sugirió la Luna en las dos horas largas que estuve fotografiando el Eclipse del 15 de Junio, fue el deplorable estado en el que nuestros descendientes se encontrarán lo que en tiempos no demasiado lejanos fue un auténtico paraíso. Sentí una gran tristeza, quizás nostalgia.
Tras unas semanas de entrenamientos urbanos en mi Montaña Mágica, escuché de nuevo la llamada de los Bosques. Sin embargo, el tono de la llamada era diferente. No era cuestión en esta ocasión de caminar y recorrer senderos, no era ni mucho menos intención de soltar mis flechas al viento, ni tampoco era el objetivo subir a una cima para encontrarme en la soledad de las cumbres.
Era la llamada de la Libertad. Así, que me dirigí a la Cabaña del Bosque de los Pájaros. Una vez allí, cogí mi pequeño y reducido kit y me dediqué a vivir una jornada totalmente empapado de Naturaleza en "soledad"...El objetivo era resolver los cuatro principales problemas que una hipotética situación de supervivencia me exigirían: Comida, agua, fuego y refugio. Tuve que regresar a los conocimientos de los ancestros, fue preciso fundirme con el entorno, improvisé soluciones y ejercité al máximo mis sentidos y habilidades.
Las plantas de avena se encontraban en su mejor momento, con las pequeñas espigas mirando a tierra y cargadas de sus diminutos y blancos granos. No había mucho más: las moras no habían crecido todavía, las almecinas aún eran demasiado verdes, igual que las endrinas y ciruelos salvajes. Los ginebros estában cargados de bayas que como siempre oscilan entre el verde y el azul de los frutos maduros, que sólo pueden tomarse en pequeñas cantidades. Los dientes de León ya pasaron su floración, pero algunos de sus brotes aún eran comestibles. Había también Pinos Rojos, así que a las malas tendría el polvo naranja de su corteza interior... Con muchísimo trabajo, podría hacer pan de bellotas con los frutos de algunos de los robles y encinas dispersos que crecen en la zona.
Valorada la aportación vegetal, decidí emprender la aventura de fabricar unas trampas (Recuerdo: el uso de trampas para la caza es una actividad ilegal). Sería capaz de hacerlas?. Y si. Tras un rato de buscar unas ramas apropiadas, fabriqué con mi multiusos una trampa de losa y una de lazo. Las probé y funcionaron a la perfección. Sólo sería cuestión de montar en la zona una decena de ellas para garantizar sino una cena, almenos un buen desayuno con algún ratón de bosque o lirón despistado, con un conejo si la suerte fuese espléndida. Y entonces, cuando mis sentidos comenzaban a avivarse, apareció sobre mi cabeza un nido de Tórtolas en un Olmo. En él, dos polluelos ya bastante crecidos me observaban, inmóviles y silenciosos, mecidos por el viento. Premio sin necesidad de hacer más. La madre Tierra siempre tan atenta... La cena estaba resuelta.
El siguiente reto era buscar agua. En estas salidas suelo llevar un pequeño recipiente metálico con tapa hermética que sirve de cantimplora al tiempo que hace las veces de recipiente para cocinar y contenedor del kit. Una cantimplora no es tan práctica y se trata de llevar las menos cosas posibles. Al rato de caminar por el bosque siguiendo los rastros de animales que me habían precedido, divisé en la distancia el verdor refulgente de una Chopera... y los Chopos siempre -o casi- significan Agua... más si se encuentran alineados en una vaguada orientada a Norte... Ha sido un año de generosas lluvias, y la riera se me presentó en forma de un remanso cristalino en el que se reflejaban los tonos de los cañizales erquidos, del cielo limpio barrido por el viento... Sin embargo, al no saber de dónde provenía el agua, al constatar que ésta no corría demasiado y al no encontrar animalitos "indicadores" en ella... preferí asegurarme. Deposité en la gorra "revolucionaria", que había encontrado en la Cabaña, una capa generosa de la tierra del margen del arroyo. De esta forma obtuve un filtro improvisado a través del cual hice pasar el agua, que recogí limpia dentro de mi cazillo. Aún así, sería más seguro hervirla...y no bebí.
Necesitaba Fuego. Al igual que no utilizo cuchillos tipo Rambo, tampoco suelo llevar encima un pedernal o un moderno "fire Starter" de magnesio. En los tiempos que corren prefiero llevar un pequeño encendedor en mi reducido equipo. Me vienen a la memoria los tiempos en los que una a una impermeabilizaba paquetitos de cerillas con laca de uñas...pero eso ya pasó. Busqué una zona propicia, unas piedras y unas piñas y encendí un fuego seguro de Tierra (estilo Lakota). "Seguro", porque es casi imposible generar un accidente, e "invisible" porque una vez utilizado simplemente desaparece sin dejar rastro. Y sí... también funcionó. De momento todos los retos habían sido resueltos.
Sólo quedaba encontrar un refugio para pasar la noche. Seguí en movimiento como un zorro que recorre la campiña en busca de presas. La alternativa de construir un pequeño chamizo con ramas se me antojó muy trabajosa y aunque el Sol ya descendía, todavía hacía mucho calor. El cielo me advertía que una lluvia sería improvable, así que observando las formaciones de grandes bloques de roca que se levantaban dispersos a mi alrededor, decidí dedicar un tiempo a buscar una posibilidad. Y la encontré al poco rato, tras remontar una pequeña colina. Se trataba de una gran piedra bajo la cual había espacio suficiente para cuatro o cinco personas. Ya tenía "casa".
Una vez instalado, en ella, dejé volar mis pensamientos durante un buen rato: se trataría de asar los polluelos de tórtola con una parrilla de ramitas de enebro, que le conferirían un gusto a ahumado característico. Después completaría el refrigerio con una sopa de farigola (tomillo) y hojas de zarzamora, quizás incluso con algunas hojas tiernas de diente de León. Con esto me hidrataría y aportaría minerales y vitaminas a mi dieta. Descendería el Sol en el Horizonte, y las estrellas me saludarían en mi refugio al tiempo que los chisporroteos de las piñas ardientes de un nuevo fuego acompañarían mi sueño reparador...
Pero como sólo se trataba de un ejercicio, de encontrarme conmigo mismo, de conocer mi entorno, de comunicarme con la Naturaleza...no hice nada de eso, los polluelos continuaron esperando la llegada de sus madres, las plantas siguieron formando parte del mosaico vegetal que viste a la Tierra y yo regresé a la cabaña.
Fué un maravilloso y espléndido día de... Superlibertad!